Pues también se aplica a la hora de aprender inglés
A nadie le gustan los estereotipos, pero lo cierto es que a la hora de referirse a los «hablantes», la lingüística no tiene más remedio que recurrir a ellos. Como es lógico, está ciencia echa mano de las generalizaciones para llevar a cabo sus teorías y llegar a sus conclusiones. Por eso, habla de «Comunidades Lingüísticas», grupos humanos que comparten una lengua común en un espacio geográfico determinado.
Aunque dentro de estos grupos existen diferentes dialectos, como en el caso del español y las diferentes variantes que existen del idioma en todo el mundo, el concepto de “Comunidad Lingüística” implica una unidad. Es decir, los hispanohablantes tienen una serie de características comunes. Y éstas tienen que ver con su “Competencia Lingüística”, su capacidad innata para poder hablar y crear mensajes que nunca antes había oído.
Para el célebre lingüista Noam Chomsky, esta competencia se centra en las operaciones gramaticales que tiene interiorizadas el individuo y se activan según se desarrolle su capacidad coloquial. Es decir, que la competencia lingüística es una especie de “esquema mental” que todos tenemos y usamos para construir frases, conjugar verbos y realizar toda clase de operaciones gramaticales para poder comunicarnos.
Pero, ¿qué ocurre con estos “esquemas mentales” cuando comenzamos a aprender otro idioma? Básicamente, se nos descalabran. De repente los verbos se conjugan de forma distinta, las reglas gramaticales que conocíamos ya no funcionan y ni hablemos de la pronunciación…
Es precisamente en el grado en el que se nos “rompen” estos esquemas donde encontramos una diferencia entre las distintas comunidades lingüísticas: es el grado de dificultad que nos supone adaptar nuestra “competencia lingüística” a otro habla. Por ejemplo, aprender español para un hablante de portugués no es especialmente difícil, porque para hacerlo no se ve forzado a cambiar demasiado sus “esquemas mentales”.
Desgraciadamente, para los hispanohablantes, el inglés es otra historia. Los “esquemas mentales” que usamos para hablar español no concuerdan casi en absoluto con el inglés. Las reglas gramaticales, la sintaxis, la fonología… todo es distinto. Y, claro, es por eso que nos parece que nos cuesta más que a hablantes de otras lenguas.
Por eso, es tan importante el cómo y el quién nos enseña. Muchos creen y confian en que la mejor formación vendrá de la mano de instituciones nativas inglesas, especializadas en el idioma. Pero ésta es sólo una verdad a medias.
Es tan importante contar con especialistas en el idioma como con expertos y metodologías centradas en la enseñanza para una “Comunidad Lingüística” determinada. Estos métodos se basan en la especialización y tienen en cuenta las dificultades más específicas del hablante, sus “esquemas mentales”. Es algo que no ocurre con otros sistemas de formación más genéricos y estandarizados, que aplican los mismos programas en España, en Japón y en Israel.
Lo bueno de contar con una enseñanza “hecha para españoles” es que podemos confiar en que cada lección, cada práctica, cada ejercicio, ha sido diseñado teniendo en cuenta los principales obstáculos que se nos presenta a los hispanohablantes a la hora de dominar otro idioma.
Porque, sí, somos diferentes, especiales, y por eso no nos conformamos con lo que cualquiera puede tener.